«La Tau»: Es la última letra del alfabeto hebreo, que corresponde a la T. El Papa Inocencio III, ante una Iglesia empobrecida, vio la necesidad de una reforma urgente, y convocó en el año 1215 el IV Concilio de Letrán.

          Francisco estuvo allí en el discurso de apertura. El Papa Inocencio III, evocó al profeta Ezequiel, mensajero del perdón de Dios para cuantos estuvieran signados con la letra Tau, e invitaba a todos los cristianos a aceptar la Tau como símbolo de la urgente renovación espiritual que estaba necesitando la Iglesia. La Tau tiene exactamente la misma forma de la cruz en que fue clavado Cristo… San Francisco se sintió aludido y desde entonces escogió el signo Tau como símbolo de su vocación y la de sus discípulos. Para todo franciscano es parte de la herencia que nos dejó San Francisco. Llevar la Tau quiere significar el empeño de grabarla en el corazón, viviendo una vida según el espíritu franciscano, pasando del Evangelio a la vida y de la vida al Evangelio.

          El crucifijo o Cristo de San Damián: Es un icono, una imagen del crucificado pintada sobre tabla. Es de estilo románico con influencias bizantinas, obra de un pintor anónimo del s. XII. Mide 2,10 m. de alto por 1,30 de ancho.

          Francisco atravesaba una larga etapa de búsqueda y oraba así en lugares solitarios: «Señor, ¿qué quieres que haga?». En el verano de 1205, cuando estaba rezando en la ermita de San Damián, donde estaba esta imagen del crucificado, oyó una voz que le decía: «Francisco, ve y repara mi iglesia que amenaza ruina». Francisco entendió que tenía que restaurar ermitas como la de San Damián y se puso manos a la obra. Después comprendió que la tarea que el Señor le pedía no era la de restaurar piedras, sino personas.