Cuando uno se encuentra con un franciscano, religioso o seglar, su saludo es: «Paz y Bien». Algunos lo consideran un saludo tardío; otros opinan que arranca del mismo San Francisco.
Una de las primeras biografías de San Francisco nos transmite que tanto Francisco como sus compañeros basaban su pedagogía de pacificación en la verdadera paz con uno mismo y con la fraternidad, con el grupo, transmitiendo serenidad y alegría contagiosa. Decía Francisco: «La paz que proclamáis con la boca, debéis tenerla desbordante en vuestros corazones, de tal manera que por vuestra paz y mansedumbre invitéis a todos a la paz y a la benignidad».
El mismo Francisco, en su Testamento, recuerda algunos valores que el Señor, dador de todo bien, le ha regalado, y uno de ellos es que encontrándose con la gente les diese este saludo: «El Señor te dé la paz». Así que no solo de camino o por las calles de la ciudad, sino que en cada sermón, antes de comunicar la palabra de Dios e invitar a la conversión, deseaba la paz a los presentes diciendo: «El Señor os dé la paz».
La paz, fruto de la justicia, abre el camino a la bondad, lluvia fecunda del Dios que es bien, todo bien, sumo bien, y que se concreta entre los hombres en la concordia y la reconciliación. En un mundo de violencia y discordia como el medieval, pero que se prolongan también en nuestro mundo contemporáneo, me agrada recordar que Francisco se sirve de la música, de la poesía y de la experiencia del Dios que es el gozo, nuestra alegría y nuestra riqueza a saciedad, e invita a algunos de sus hermanos a que reúnan al alcalde y al obispo de Asís, que estaban enemistados, y les canten el «Cántico de las criaturas», al que añade una estrofa nueva:
Loado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor
y soportan enfermedad y tribulación.
Bienaventurados aquellos que las sufren en paz,
pues por tí, Altísimos, coronados serán.
Cántico de las criaturas
El saludo de «Paz y Bien» es una invitación a abrir el corazón a la paz, fuerza interior y principio de renovación y de bien moral y social. Por eso, Francisco pedía a sus hermanos que no quería que se mostrasen tristes y enojados, sino, más bien, gozosos en el Señor, alegres y debidamente agradables.